Había recorrido en micro horas interminables de rutas inacabables simplemente para contemplar, para llenarse los ojos de las más azul y maravillosa visión. Bajó del vehículo temblando, y el estremecimiento de su cuerpo no cesó mientras caminaba desde la terminal de ómnibus hacia el este. Inspiró. El este. Podía recordar ver su sueño en los mapas, siempre bien al este.
A medida que se acercaba, podía sentir que lo que estaba buscando se avecinaba, casi podía olerlo. Esto lo relajó e hizo que el temblor cesara, pero luego de escuchar el primer indicio de que estaba muy cerca, se corazón comenzó a latir con tanta fuerza que casi podía oírlo. El ruido de sus latidos desbocados sólo era opacado por el sonido de las gaviotas. Levantó la vista al claro azul del cielo y rió junto con ellas, celebró que la vida los uniera en el mismo camino hacia el azul.
De pronto divisó un acantilado, el sitio más perfecto para ver. Con un poco de esfuerzo, logró sobreponerse a su fatiga, al viento que lo empujaba, a la altura.
Antes de llegar al final de la formación rocosa, cerró los ojos con fuerza y contó hasta diez.
Uno...dos...tres...cuatro...cinco...sólo faltaba la mitad.
Seis...ya casi podía sentirlo.
Siete...los ojos se le llenaron de lágrimas.
Ocho...de nuevo su corazón galopando eufórico dentro de su pecho.
Nueve...inspiró ese aire azul olvidando todas sus preocupaciones.
Y diez. Abrió los ojos para descubrir ante él la más maravillosa de las visiones.
Era su sueño, y estaba cumplido. Ahora le pertenecía finalmente, entero para él.
La inmensa masa azul se extendía ante él y lloró.
Lloró frente al mar. Sus lágrimas emocionadas se mezclaron con el viento hasta reunirse con el mar. Inspiró el aire salado, cargado de felicidad y dejó que su echo se inflara. Se sintió lleno, lleno de aire, lleno de sal. Lleno de mar.
De pronto, se acordó que tenía prisa por irse. Sin embargo, decidió que su partida podría esperar un poco más. Ahora que había logrado ver su sueño quería sentirlo, quería tocarlo, quería probarlo.
Bajó con cuidado hasta la playa y caminó despacio hacia el encuentro de las olas. Saboreó cada pisada que hizo que sus pies se hundieran en la arena. Se estremeció: el terrible viento le helaba los huesos y se acomodó mejor en su campera, subiendo el cierre para resguardar el cuello del frío.
Recorrió los últimos metros que lo separaban del mar, al trote que su edad le permitía. Chapoteó con el agua sorprendentemente tibia bajo sus pies desnudos. Se enjugó las lágrimas y se lavó la cara con el agua llena de espuma y sal.
Decidió que ya era buen momento para marcharse. Volvió al acantilado y esperó la llegada de la luna. Con el satélite y los astros de testigos, se acercó despacio al borde, para que sus dedos pudieran oscilar entre la dura piedra y el aire. Con una última mirada al cielo y las estrellas que empezaban a aparecer, tomó una última bocanada de oxígeno y se dejó llevar por el llamado del mar.
Cuando lo encontraran, sería con una imborrable sonrisa en los labios.
Apple.